Sanar

Retrato de mujer de la boca para arriba

Empiezo un laboratorio de danza del que no sé casi nada porque tengo la necesidad de resolver una insatisfacción con mi cuerpo, el deseo de habitarlo de modo más amable. Busco un espacio terapéutico desde la posibilidad de moverme con libertad. Quiero situarme en espacios más sanos, escuchar nueva música, rodearme de otras energías.

Me lleva a ese laboratorio el deseo de poder moverme hacia otra versión de mí: una que me guste más, una que tenga vida y conexión con lo que se me hace verdaderamente propio. Estoy ahí por algo que quiero sentir que tiene que ver con un retorno y una redefinición del vínculo con mi mamá.

Un compañero del taller señala mi mentón en un ejercicio y yo pienso que si bajo el mentón me observo, me juzgo, me enredo. En cambio, si lo subo, si lo muevo hacia otras direcciones puedo ver a mi alrededor, hacerme consciente, sentirme acompañada y agradecida de lo que tengo. Puedo sentir mi cuerpo sin observarlo mientras mi mente lo critica. Subir el mentón aleja lo que pienso y acerca lo que siento.

El movimiento cura, libera, genera nuevos y distintos significados. La rigidez, en cambio,  nos enferma. Solo la cura el movimiento progresivo y respetuoso. Me doy cuenta de lo difícil que se me ha hecho vivir en este autocuidado, de cuanto más fácil ha sido abandonarme sintiendo miedo de morir.

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